jueves, 22 de abril de 2010

Aviso importante !!!

Se les avisa, público en general, que aquél que sea la visita número 999 999 999 999 999 999 999 999 999 será premiado lacolzeanamente. Amiguito, amiguita, no pierdas la oportunidad de formar parte de esta gran aventura. Ponte atento, pronto llegaremos al límite (van 24 visitas). Y recuerda: sigue participando y cuéntaselo a quien más desconfianza te dé (todo el mundo). Gracias.


*Esta promoción sólo es válida mientras el autor viva. De no ser así, no será.

sábado, 17 de abril de 2010

Ocio


Me gusta soñar despierto. Y cuando eso sucede, sucede que sueño que estoy dormido. Y así cuando despierto no me cuesta trabajo darme cuenta de que ya estaba despierto, que no estaba dormido, que simplemente estaba soñando despierto.

viernes, 16 de abril de 2010

Resurrexión


Antier, cuando llegué del trabajo a mi apartamento, tiré algo por aquí y algo por allá. Luego me tiré a mí mismo sobre la cama deshecha. Pensé en hacerla antes de, pero no tenía caso, ya era de noche, ya era muy tarde, “ya lo haré mañana en cuanto me levante, o antes de irme al trabajo”. Antes de quedar noqueado por el sueño, miré por un momento, con sorpresa, que contaba con visitas: en el rincón había una gran cucaracha café, gorda y patas arriba. Estaba totalmente estática. Ni la asusté. Ni la pisé. Ni la saqué. Ni la arrojé debajo de la cama. No le hice nada. Ahí la dejé. Supuse que estaba haciéndose la muertita para que no la matara. Luego, me di cuenta que se trataba de una cucaracha y no de un perro. Así estuve, observándola. Evocando ideas relacionadas con la visita. Así durante algunos minutos antes de dormirme. Por lo general no tengo lío alguno en concebir el sueño, pero esa noche me puse a contar cucarachas que berreaban mientras saltaban una cerca hecha con palitos de cerillos usados. Después de varias —creo que no pasé del número ocho— me di cuenta de que todo el asunto era absurdo: las cucarachas no berrean. Y mejor me dormí.
________En la mañana de ayer, como de costumbre, me fui a trabajar. Ni siquiera me fijé si aún tenía la visita en el rincón. Al final del día llegué a mi apartamento. La cama continuaba deshecha. Como un día antes. Y como el otro antes de ése. Y como otro más antes de aquél. Para no acabar con la tradición tiré algunas cosas por donde fuera. Entre ellas a mí mismo. Fue hasta ese momento que me di cuenta, ya tirado bocabajo, de que la cucaracha seguía bocarriba. Sí, en el mismo rincón y con la misma posición del día anterior. Yo sentía las mismas ganas exclusivas que siento todos los días a esa hora: llegar, tirarme y dormir. Pero no lo conseguí porque la cucaracha me robó algunos minutos. Pensé que tenía que sacarla. Imaginé que si no la sacaba en ese preciso momento, los asqueles también me visitarían. Y me los imaginé saliendo del agujerillo de la pared. Caminando hacia abajo, de dos en dos. Como si fueran soldaditos, con casquitos y pequeños rifles y uniformes camuflajeados. Todos iguales. Y hasta imaginé que irían coreando alguna cancioncita como: “Va-mos-to-dos-por-la-ce-na. Por-la-ce-na-va-mos-to-dos”. Si llegara a pasar eso sería una verdadera lata. Tendría que cometer, no sé, microgenocidio o algo así con todos esos asquelitos. Luego sacar a la cucaracha y a los cientos y cientos de asqueles fulminados por mi zapato. Pensé que era algo absurdo, que en la vida real los asqueles no corean cancioncitas ni llevan uniformes. Pero por otra parte, sí tenía que sacar a la cucaracha. Eso sí. Concluí que mañana lo haría. Y me quedé dormido.
________Hoy por la mañana he despertado tarde. No me alcanzó el tiempo más que para cambiarme y salir corriendo al trabajo. Por la noche, cuando llegué al apartamento, me decepcioné bastante. Y es que durante el camino imaginé que los asqueles me habían visitado. Y que se habían llevado el cadáver de la cucaracha. Y de paso, que habían hecho la cama y acomodado todo el desorden. Pero en cuanto abrí la puerta me di cuenta de que nada de eso había ocurrido. “Hoy nadie hace nada por nadie gratis. Mucho menos los asqueles”. Y me lancé a la cama. Puedo presumir que todo estaba en orden: primero porque al igual que los otros días, el apartamento era un desastre; segundo porque yo sentía, como siempre a estas horas, muchas ganas de descansar, de dormir; y tercero porque la cucaracha seguía ahí, como una estatuita, en el mismo lugar y con la misma pose. Sentí pena por ella: ¿Cómo habrá muerto? ¿Sería soltera o casada? ¿Y si tenía que alimentar a una familia? ¿En su casa ya sabrían la terrible noticia?... Caray. Luego sentí pena por mí. Mucha. ¿Cómo es que durante tres días no me había pasado ni una de estas preguntas por la cabeza? Qué barbaridad. Y antes de quedarme dormido imaginé que, poco a poco, por la ventana, llegaban otras cucarachas. Todas vestidas de luto. Unas eran del mismo tamaño que la muerta. Otras todavía más grandes, y se fiaban de unos bastoncitos para avanzar. Otras eran pequeñitas y güeritas. Estas últimas bien podrían pasar por retoñitos de la muerta. Y luego, en círculo, se hincaban alrededor del cuerpo. Y hasta pude escuchar que empezaban, entre sollozos, el novenario: “Este rosario te lo ofrecemos, Padre Eterno, por el santo descanso de nuestra hermana. Para que alcance el perdón de sus pecados. En el nombre del Padre, del Hijo y del…”. Yo recordé que la semana pasada había dejado un vaso con café, con poquito menos de un tercio, por algún lugar del apartamento. Pensé en buscarlo y proporcionárselos. No sería la gran cosa, pero sería un detalle. Luego imaginé algo verdaderamente extraño. Una lucecilla amarilla atravesaba el techo e iluminaba el cadáver. Unos coritos angelicales inundaban el apartamento. Afuera, en la calle, el cielo se había llenado de nubes y relampagueaban. Y la difunta se sacudía epilépticamente. Después de tres o cuatro sacudidas se ponía sobre sus patas. Éstas comenzaron a despegarse del suelo: levitaba. Empezaba a subir despacito, desobedeciendo todas las leyes de la física y la lógica. Las otras cucarachas lloraban y se persignaban una y otra vez. Y gritaban “Aleluya, aleluya”. Y la iluminada, ya con varios centímetros de altura, movía sus patitas delanteras, con divina serenidad, despidiéndose de las otras, bendiciéndolas. Estoy seguro que cuando pasó frente a mí, me dijo con una hermosa vocecilla: “La paz esté contigo”, y me guiñó un ojo. Después continuó en ascenso. Me preocupé por los vecinos de los pisos de arriba. Pobrecillos. Quizás ellos también llegaban cansados y lo único que querían era dormir, y al pasar la cucaracha por sus pisos, en ascensión, podría despertarlos. Me di cuenta de que todo el asunto era el colmo de la absurdidad: las cucarachas no resucitan ni ascienden en cuerpo y alma. Dejé de imaginar. Y fue cuando me enteré de que la visita se había ido. El rincón estaba tan solitario como cualquier departamento de prevención para el sida. Supuse que no imaginaba, si no que más bien estuve dormido, soñando. Y mientras tanto, alguna araña, o los asqueles, se la habían llevado. O tal vez había dejado de hacerse la muertita y se marchó. Quién sabe. Por el momento estaba hecho polvo. Decidí mejor sacar conclusiones por la mañana, antes de irme a trabajar. Y me dormí de una buena vez.

miércoles, 14 de abril de 2010

Salud vía verbum

Ella me dice que es sano decir lo que uno siente.
_______ Y yo le digo que sí, que puede ser.
_______ Ella me dice que como no suelo decir muchas de las cosas que siento, que por eso me enfermo más fácilmente de gripe.
_______ Y yo le digo que el que no las diga no significa que no las sienta.
_______ Pero ella contraataca diciendo que con más razón debiera decirlas, me dice que decir las cosas es bueno para el cuerpo y más para el alma.
_______ Y yo no me atrevo a contradecirle, y mucho menos a decirle que qué se le va a hacer cuando a uno le ha tocado nacer torcido en cuerpo y alma.

domingo, 11 de abril de 2010

Nereida

Me han contado que hace un mes murió Nereida. Me contaron que ella era una compradora compulsiva de libros. Que compraba y compraba libros. A diestra y siniestra. A lo pendejo. Que vivía sola. Que era una morena simpática. Que trabaja de secretaria en una compañía de no sé qué. Que era joven. Y que lucía rarilla. Me dieron a entender que era un poco freak. Me dijeron que con el dinero que ganaba se alimentaba, se vestía, pagaba la renta, y con el resto, se iba a las librerías. Me dijeron que nunca compraba libros usados, sólo nuevos.
________Hasta me contaron que una vez, ya instalada aquí en Torreón, la Nereida fue a curiosear al local de un tal don Arturo. Que don Arturo compraba y vendía libros usados. Y que su local estaba bien grande, pero muy descuidado. Que aunque no todo el material que vendía era viejo, al menos todo olía así: a libro viejo. Y que el día que Nereida visitó el local, el baño estaba descompuesto. Y toda la parte trasera del local apestaba a meados secos. Que según esto el olor se había impregnado hasta en los libros. Y que a Nereida eso le dio mucho asco en la moral y en el estómago. Y que se había salido corriendo, sin agradecer, sin despedirse, indignada por el trato que le daban allí a los libros. Dicen que Nereida hasta había jurado jamás regresar por esos rumbos.
________Según esto, Nereida compraba puros libros nuevos y de cualquier tipo: de computación, de cuentos, poemarios, diccionarios, de historia, economía, fotografía, filosofía, psicología, biología, biografías, de política, medicina, esoterismo, dramaturgia, deportes, cocina, novelas de amor, de terror, de pasión, de ficción. Total, compraba libros de toda clase, sin importarle si eran buenos o no, si eran caros o no. Ella compraba democráticamente. Ah, salvo de una cosa. Que nunca llegó a comprar libros que trataran de religión. Nunca. Que de esa temática en especial, los evitaba. Y que Nereida era rara porque nunca leía sus libros. Sólo los compraba y almacenaba emocionadamente en su cuartucho. Me dijeron que ella cuidaba sus libros demasiado. Que eran una especie de hiperfetiche para ella. Que los tenía todos en el piso sobre un tapete de no recuerdo qué. Y que los acomodaba por tamaños. Que a veces los paraba: del más grande al más pequeño. O los acostaba: abajo los grandes y gruesos, y encima los pequeños. O que a veces los acomodaba por el color del lomo. Y que cuando terminaba los cambiaba de lugar. Y que después los volvía a poner como estaban antes de cambiarlos. Que a veces hasta ni comía por estar con sus libros.
________Me contaron que ella no era de aquí. Que venía del sur. Pero que por su trabajo se tuvo que mudar hasta acá: al norte. Y que llegó con una maleta roja y de mano. Quién sabe, quizás sólo con algún cambio de ropa adentro, y algunos artículos y documentos personales. Todo eso adentro de la misma maleta roja. Y que detrás de ella, en un diablito como los que usan en el departamento de frutas y verduras en las Sorianas, un montón de cajas acomodadas unas sobre otras. Y que estaban repletas de libros. Unos me dijeron que como tenía muchos libros, y no quería deshacerse de ellos, de ninguno, que para traérselos todos con ella, comenzó a arrancarles hojas a cada uno de sus libros. Ya saben, para hacerlos más delgados. Así el envío saldría más barato. Que así había liberado buena parte del peso neto del envío. Pero otros me dijeron que eso era una tontería. Que ella, con lo tanto que amaba a sus libros, que no se atrevería a arrancarles ni una sola hoja. Que hubiera sido como si en vez de libros, hubiera tenido muchos gatos, y para quitarles peso les hubiera arrancado las patitas. Yo creo en la segunda postura: que no les arrancó nada.
________Dicen que una vez pasó no sé quién por afuera del cuarto de Nereida. Que ya era muy noche. Y que al tipo éste le dio curiosidad al escuchar un sonidito raro, y que cuando se asomó por la ventanilla, que la Nereida estaba tirada sobre la cama. Desnuda. Con los ojos cerrados. Y que tenía las piernas abiertas. Y que se frotaba en la entrepierna con el lomo de un libro grueso. Algunos aseguran que no es cierto. Que porque ella quería los libros como si fueran sus propios hijos. Pero los otros alegan que el incesto ha existido desde los tiempos de la Biblia.
________Me contaron que el cuarto en el que alojaba a sus libros, y que ella usaba para dormir, está en la colonia Las Torres. Que todavía se puede ir a ver. Pero que ya lo usa la dueña del cuarto para guardar herramienta de jardinería.
________Y me contaron que con la tromba que cayó en el ‘94, con la que medio Torreón quedó sumergido a más de metro y medio de agua, sus libros, que no sabían nadar, se ahogaron. Que como ella venía del sur, y allá si llueve con normalidad, fuerte y bonito, que allá la lluvia es constante por varias horas, y no tienen líos de inundaciones en las colonias, que por eso Nereida se había confiado. Y como era su primera lluvia en La Laguna, que no estaba enterada del numerito que pasamos acá. Dicen que cuando salió del trabajo, y miró luego luego la calle con el agua hasta la banqueta, que gritó desesperadamente. Y que comenzó a jalarse de los pelos de la cabeza. Y que aventó su bolsa a donde fuera. Y que enseguida se deshizo de las zapatillas. Y que empezó a correr hacia su “casa” por las calles, entre el agua sucia, esquivando a los pocos autos que no flaquearon ante la nueva lagunilla, en la cual se convertía la ciudad gota a gota. Algunos aseguran que bramaba dolorosamente. Otros sostienen que, en todo momento, iba sollozando. Y que arrastraba las siguientes palabras con acento tenebroso: “Aaaay mis liiiibros. Aaaay mis libritos, mis liiiibros…”. Como si presintiera que sus libros sufrían en ese preciso momento, así como una madre intuye, quién sabe cómo, cuando uno de sus hijos está en peligro. Dicen que cuando llegó a la primera calle de la colonia en la que vivía, en Las Torres, la escena se elevó al cuadrado. Y cómo no. Si en esa colonia, como está en pozo, con 40 minutos de buena lluvia el agua alcanza hasta los 30 centímetros. Imagínese cómo estaría en la tromba del ‘94. Dicen que se movía con mortal desesperación. Y que el agua almacenada, y negra, le frenaba los movimientos. Como si ésta conspirara en su contra. Que cuando llegó y vio el agua hasta la chingada, que se puso blanca blanca, siendo ella tan morena desde su nacimiento. Dicen que cuando abrió la puerta, dentro era la continuación de la alberca global que se vivía en medio Torreón. Y que con fuerza sobrehumana jaló el colchón, y la tarima, y no sé qué más, y que comenzó a construir un dique afuera de la puerta. Como si la vida de todos los habitantes de la ciudad dependieran de ello. Que con las manos, ella sola, empezó a sacar y a sacar el agua de su cuarto. Unos dicen que la tromba ya no estaba tan fuerte, y que si no hubiera sido por su propio llanto, que brotaba a cántaros cada que miraba hacia el interior del cuarto, donde yacían sus amados libros ahogados, que quizás sí hubiera terminado por vaciar el lugar, porque trabajaba como un feroz marinero que lucha por salvar el barco de su buen capitán.
________Dicen que después de eso ya no regresó a trabajar. Que no quería comer. Que se puso muy mal. Pero que al principio nadie se había dado cuenta por que se había encerrado en el cuartucho, y menos se enteraron que también en sí misma. Y además, todos andaban con sus propios líos, la tromba del ‘94 fue ¡La Tromba del ’94!, y a medio Torreón incomodó, y al otro medio chingó.
________Y que finalmente la señora que le rentaba el cuarto llamó a los de salud mental. Y que sí, sí llegaron, la revisaron, y se la llevaron. Que la señora que le rentaba el cuartito les explicó a los tipos de blanco que Nereida no tenía familiares. Y que trabajaba para cuidar y hacer crecer su colección de libros. Y que no tenía nada más en el mundo. Y así fue como Nereida terminó en el manicomio. Unos dicen que cuando se la llevaron parecía una de esas momias de Guanajuato, de esas que tienen la piel seca seca, amarilla y pegada a los huesos. Y dicen que la señora, dueña del cuarto, ese mismo día, comenzó a acarrear los libros al local de don Arturo. Ya saben, donde compraban libros usados. Dicen que don Arturo no le dio gran cosa a la señora, que por que él alegaba que estaban muy dañados: duros, amarillosos, deshojados, despastados. Y que la señora aceptó. Pero que conociendo a don Arturo, lo más seguro es que hizo güey a la señora. Y así fue como don Arturo se quedó con todos los hijos de Nereida.
________Me han contado que hace un mes murió Nereida. Que en el hospital ése para locos, el que está cerca del aeropuerto. Uno de color verde. Pero que nadie se había enterado en la colonia. Que apenas supieron la noticia la semana pasada. Y lo único que a mí me consta en todo esto, es que desde entonces no la hemos dejado descansar en paz.

La nueva religión

El papa Asofío XXIV.02, en el año 2050, informó que todos los neo-católicos que no poseyeran una televisión en casa se transformarían automáticamente en herejes. Decretó que todos aquellos que no contaran con un ordenador e Internet: “so pena de excomunión”. Por otro lado, aquel que contara con ambas bendiciones en su hogar y las usara cotidianamente estaría ganándose el Post-Paraíso. Mientras aquellos que hicieran lo contrario habría que cazarlos, quemarlos, pues eran, en potencia: colegas del mal, némesis del neo-catolicismo-multimedianismo, camaradas de Satanás, supra-libertinos de mente y alma, subversivos endemoniados, revoltosos de la paz humana, apóstatas superfluos, bastardos en pro de la retrogradación, es decir, sacrílegos del progreso, filisteos del siglo XXI, ovejas ennegrecidas por el pensamiento diabólico...
________Y así siguió otros veinte minutos hablando.