viernes, 16 de abril de 2010

Resurrexión


Antier, cuando llegué del trabajo a mi apartamento, tiré algo por aquí y algo por allá. Luego me tiré a mí mismo sobre la cama deshecha. Pensé en hacerla antes de, pero no tenía caso, ya era de noche, ya era muy tarde, “ya lo haré mañana en cuanto me levante, o antes de irme al trabajo”. Antes de quedar noqueado por el sueño, miré por un momento, con sorpresa, que contaba con visitas: en el rincón había una gran cucaracha café, gorda y patas arriba. Estaba totalmente estática. Ni la asusté. Ni la pisé. Ni la saqué. Ni la arrojé debajo de la cama. No le hice nada. Ahí la dejé. Supuse que estaba haciéndose la muertita para que no la matara. Luego, me di cuenta que se trataba de una cucaracha y no de un perro. Así estuve, observándola. Evocando ideas relacionadas con la visita. Así durante algunos minutos antes de dormirme. Por lo general no tengo lío alguno en concebir el sueño, pero esa noche me puse a contar cucarachas que berreaban mientras saltaban una cerca hecha con palitos de cerillos usados. Después de varias —creo que no pasé del número ocho— me di cuenta de que todo el asunto era absurdo: las cucarachas no berrean. Y mejor me dormí.
________En la mañana de ayer, como de costumbre, me fui a trabajar. Ni siquiera me fijé si aún tenía la visita en el rincón. Al final del día llegué a mi apartamento. La cama continuaba deshecha. Como un día antes. Y como el otro antes de ése. Y como otro más antes de aquél. Para no acabar con la tradición tiré algunas cosas por donde fuera. Entre ellas a mí mismo. Fue hasta ese momento que me di cuenta, ya tirado bocabajo, de que la cucaracha seguía bocarriba. Sí, en el mismo rincón y con la misma posición del día anterior. Yo sentía las mismas ganas exclusivas que siento todos los días a esa hora: llegar, tirarme y dormir. Pero no lo conseguí porque la cucaracha me robó algunos minutos. Pensé que tenía que sacarla. Imaginé que si no la sacaba en ese preciso momento, los asqueles también me visitarían. Y me los imaginé saliendo del agujerillo de la pared. Caminando hacia abajo, de dos en dos. Como si fueran soldaditos, con casquitos y pequeños rifles y uniformes camuflajeados. Todos iguales. Y hasta imaginé que irían coreando alguna cancioncita como: “Va-mos-to-dos-por-la-ce-na. Por-la-ce-na-va-mos-to-dos”. Si llegara a pasar eso sería una verdadera lata. Tendría que cometer, no sé, microgenocidio o algo así con todos esos asquelitos. Luego sacar a la cucaracha y a los cientos y cientos de asqueles fulminados por mi zapato. Pensé que era algo absurdo, que en la vida real los asqueles no corean cancioncitas ni llevan uniformes. Pero por otra parte, sí tenía que sacar a la cucaracha. Eso sí. Concluí que mañana lo haría. Y me quedé dormido.
________Hoy por la mañana he despertado tarde. No me alcanzó el tiempo más que para cambiarme y salir corriendo al trabajo. Por la noche, cuando llegué al apartamento, me decepcioné bastante. Y es que durante el camino imaginé que los asqueles me habían visitado. Y que se habían llevado el cadáver de la cucaracha. Y de paso, que habían hecho la cama y acomodado todo el desorden. Pero en cuanto abrí la puerta me di cuenta de que nada de eso había ocurrido. “Hoy nadie hace nada por nadie gratis. Mucho menos los asqueles”. Y me lancé a la cama. Puedo presumir que todo estaba en orden: primero porque al igual que los otros días, el apartamento era un desastre; segundo porque yo sentía, como siempre a estas horas, muchas ganas de descansar, de dormir; y tercero porque la cucaracha seguía ahí, como una estatuita, en el mismo lugar y con la misma pose. Sentí pena por ella: ¿Cómo habrá muerto? ¿Sería soltera o casada? ¿Y si tenía que alimentar a una familia? ¿En su casa ya sabrían la terrible noticia?... Caray. Luego sentí pena por mí. Mucha. ¿Cómo es que durante tres días no me había pasado ni una de estas preguntas por la cabeza? Qué barbaridad. Y antes de quedarme dormido imaginé que, poco a poco, por la ventana, llegaban otras cucarachas. Todas vestidas de luto. Unas eran del mismo tamaño que la muerta. Otras todavía más grandes, y se fiaban de unos bastoncitos para avanzar. Otras eran pequeñitas y güeritas. Estas últimas bien podrían pasar por retoñitos de la muerta. Y luego, en círculo, se hincaban alrededor del cuerpo. Y hasta pude escuchar que empezaban, entre sollozos, el novenario: “Este rosario te lo ofrecemos, Padre Eterno, por el santo descanso de nuestra hermana. Para que alcance el perdón de sus pecados. En el nombre del Padre, del Hijo y del…”. Yo recordé que la semana pasada había dejado un vaso con café, con poquito menos de un tercio, por algún lugar del apartamento. Pensé en buscarlo y proporcionárselos. No sería la gran cosa, pero sería un detalle. Luego imaginé algo verdaderamente extraño. Una lucecilla amarilla atravesaba el techo e iluminaba el cadáver. Unos coritos angelicales inundaban el apartamento. Afuera, en la calle, el cielo se había llenado de nubes y relampagueaban. Y la difunta se sacudía epilépticamente. Después de tres o cuatro sacudidas se ponía sobre sus patas. Éstas comenzaron a despegarse del suelo: levitaba. Empezaba a subir despacito, desobedeciendo todas las leyes de la física y la lógica. Las otras cucarachas lloraban y se persignaban una y otra vez. Y gritaban “Aleluya, aleluya”. Y la iluminada, ya con varios centímetros de altura, movía sus patitas delanteras, con divina serenidad, despidiéndose de las otras, bendiciéndolas. Estoy seguro que cuando pasó frente a mí, me dijo con una hermosa vocecilla: “La paz esté contigo”, y me guiñó un ojo. Después continuó en ascenso. Me preocupé por los vecinos de los pisos de arriba. Pobrecillos. Quizás ellos también llegaban cansados y lo único que querían era dormir, y al pasar la cucaracha por sus pisos, en ascensión, podría despertarlos. Me di cuenta de que todo el asunto era el colmo de la absurdidad: las cucarachas no resucitan ni ascienden en cuerpo y alma. Dejé de imaginar. Y fue cuando me enteré de que la visita se había ido. El rincón estaba tan solitario como cualquier departamento de prevención para el sida. Supuse que no imaginaba, si no que más bien estuve dormido, soñando. Y mientras tanto, alguna araña, o los asqueles, se la habían llevado. O tal vez había dejado de hacerse la muertita y se marchó. Quién sabe. Por el momento estaba hecho polvo. Decidí mejor sacar conclusiones por la mañana, antes de irme a trabajar. Y me dormí de una buena vez.

3 comentarios:

  1. Me encanto jeje, no pude parar de leerlo hasta terminarlo, de verdad escribes muy bien.
    Aquí estrenando tu blog.

    ResponderEliminar
  2. Ya sabes que las cucarachas no son mi fuerte y me dan mucho miedo y asco, no sé qué sea más, pero bueno no venía a contarte mi vida ni mucho menos mis traumas xD jiji... más bien pasaba por aquí a escribirte que me encanto tu escrito!! puedo decirte que esa cucaracha hasta me cayó bien y me dio pena u_u

    xD

    ResponderEliminar
  3. A imagen y semejanza de cucaracha... los hombres, dijo Kafka, bueno, dije yo que dijo Kafka.

    ResponderEliminar