sábado, 23 de abril de 2011

Letras nada huerfanas VII

Tomado de un libro pequeñito y rojo y amanuense llamado Fuegos de feria, de Javier Ledesma.


Ventrílocuo

—¿Se puede saber quién eres tú?
—Se puede saber, eso creo.
—Dímelo entonces, ¿quién eres?
—Dije que se puede saber, pero eso no quiere decir que lo sepa.
—¿Cómo así?
—Yo esperaba
que tú me lo dijeras.
—Si lo supiera no te lo habría preguntado.
—Pues mira: nunca se sabe…
—¿Por qué dices eso?
—Quien formula una pregunta ya intuye la respuesta.
—Intuir no es lo mismo que saber.
—A veces puede serlo… ¿quién eres tú?
—Soy quien hace las preguntas.
—Te equivocas: yo pregunté.
—Es que yo te hice preguntar.
—Bueno, si así lo crees, ¿quién soy yo para desmentirte?
—Buena pregunta: ¿quién eres tú?
—¿Volvemos al principio?
—No, eso no se puede.
—Pues así parece.
—Vuelve sólo quien olvida.
—Yo recuerdo: han pasado algunas líneas.
—Eso es. Entonces dime: ¿qué haces ahí?
—Hablo. Eso deberías saberlo.
—Quizá, pero soy uno que se confunde.
—¿Cómo así?
—Me confundo contigo; es más: eres tú quien me confunde.
—¿Se puede saber quién eres tú?
—Se puede. Eso creo.
—Basta. ¿Cómo llegamos a esto?
—Yo esperaba que tú me lo dijeras.
—No puedo. Yo pregunto: ¿dónde es aquí?
—Aquí es ahora.
—¿Cuándo es ahora?
—Eso ya lo intuyes.
—Es cierto. ¿Y qué lugar es éste?
—Creo que es un circo.
—¿Y cómo lo sabes?
—No lo sé, dije que lo creo.
—Llega a ser lo mismo… ¿por qué lo crees?
—Me lo recuerda la forma.
—¿La forma circular?
—Eso. Creo.
—¿Pero no se supone que en un circo hay personas?
—Y fieras y fenómenos y artistas y monigotes.
—¿Y dónde están?
—Casi todos se han ido.
—¿Cómo así?
—Parece que no les gustó nuestro acto.
—Bueno, al menos quedamos tú y yo.
—Aunque no sepamos quienes somos…
—Tú me pareces un monigote.
—Y tú un personaje.
—Eso basta para un diálogo.
—Cállate.
—¿Por qué?
—Es que no estamos solos, hay alguien más…
—No me lo digas. ¿Se puede saber quién es?
—Se puede, eso creo.
—Entonces dímelo ¿quién es?
—Si lo digo, todo este tinglado se desploma.
—Que se desplome pues, no hay mucho que perder.
—No mucho, ciertamente.
—Sólo nosotros. ¿Quién es él?
—Te lo diría, pero olvidé su nombre.
—Pregúntale entonces (…)
—Se ha sonrojado.
—Muy bien, pero ¿qué dijo?
—Algo extraño, me confunde, creo.
—¿Cómo así?
—Dice que soy yo.
—Pregúntale de nuevo (…)
—Se ha sonrojado de nuevo.
—¿Cómo así?
—Le pregunté otra cosa.
—¿Y qué te dijo?
—Dice que le dicen…
—¿Qué, cómo le dicen?
—Me apena decirlo.
—El espectautor.
—¿Cómo así?

Telón de seguridad. Aplausos cataclísmicos.


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