martes, 28 de junio de 2011

Low batt

Todo el 2010 le insistieron: “Ponte las pilas, Eberardo”. Todos los días, todas las semanas, cada mes lo mismo: “Anda, ponte las pilas, Eberardo”. Todos sus conocidos, sus amigos, sus familiares le repetían lo mismo: “Ya va siendo hora de que te pongas las pilas, Eberardo”. Por las mañanas: “Ponte las pilas, Eberardo”. Por las tardes: “¿Y por qué no te pones las pilas, Eberardo?” Por las noches: “Si tan sólo te pusieras las pilas, Eberardo”. Era imposible soñar y que un árbol o una lechuza o una voz sin origen reconocible no le dijera: “Ponte las pilas, Eberardo”. Tanto lo escuchó que el primero de enero del 2011 decidió ponerse las pilas. Al menos todas las que estuvieran a su alcance.


Al día siguiente despertó muerto. Bueno, más bien ni siquiera despertó. Se había puesto tantas pilas que sus restos además de comenzar a descomponerse al instante, resultaron tóxicos. Lo tuvieron que enterrar en un depósito especial, en uno de esos que se encuentran en los supermercados. Obvio, hubo mucho café y muchas galletas.


Toda la semana, en todo momento, todos decían: “Un jovencito tan encantador, tan emprendedor, siempre haciendo tantas cosas, ¿verdad?” Todos sus conocidos, sus amigos, sus familiares: “Siempre tan literario, nada litigioso, siempre tan literal”.


A finales del mes nadie se acordaba de Eberardo.


En febrero comenzaron a aconsejar a un tal Edgardo: “Ya va siendo hora de que te pongas las pilas, ¿no crees Edgardo?” En todo momento, tantas veces, todos sus conocidos: “Por favor, Edgardo, ponte las pilas”.

“Ponte las pilas, Edgardo”.


“Si tan sólo te pusieras las pilas, Edgardo”.


“¿Y por qué no te pones las pilas de una vez, Edgardo?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario