lunes, 29 de agosto de 2011

Letras nada huerfanas XI

Fue accidentalmente que di con el libro de El loco de Gibran Khalil Gibran (Líbano 1883 - New York 1931) en una de las pocas librerías de la Laguna. En una de esas nice, donde la mayoría son best-sellers y biografías. A continuación transcribo cuatro de mis textos favoritos de este libro.





El nuevo placer
Anoche inventé un nuevo placer, y cuando lo estaba experimentado por primera vez, un ángel y un demonio llegaron corriendo a mi casa.

Se encontraron en mi puerta y se pusieron a reñir acerca de mi recién inventado placer.

El uno gritaba:

—¡Es un pecado!

Y el otro protestaba:

—¡Es una virtud!


***


Las sonámbulas
En la ciudad donde nací vivían una mujer y su hija. Las dos eran sonámbulas.

Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y la hija, caminando dormidas, se encontraron en su jardín, velado por la niebla.
Habló la madre, y dijo:

—¡Al fin, al fin, mi enemiga! Aquella por quien fue destruida mi juventud, aquella que edificó su vida sobre las ruinas de la mía. ¡Ojalá pudiera matarla!

Habló la hija y dijo:

—¡Oh, mujer odiosa, vieja y egoísta, que se antepone ante mi libertad y yo! ¡Que quisiera transformar mi vida en un eco de su vida ya marchita! ¡Ojalá estuviera muerta!

En ese instante cantó un gallo, y ambas mujeres despertaron.

La madre preguntó:

—¿Eres tú, querida?

Y la hija respondió afectuosamente:

—Sí, madre.


***


Sobre las gradas del Templo
Ayer por la tarde sobre las gradas de mármol del Templo, vi a una mujer sentada entre dos hombres. Una de sus mejillas estaba pálida, y la otra, sonrojada.


***


Los dos sabios
En la antigua ciudad de Afkar vivían dos sabios. Cada uno odiaba y despreciaba la sabiduría del otro, porque uno de ellos negaba la existencia de los dioses, y el otro era creyente.

Los dos se encontraron un día en la plaza pública en medio de sus discípulos, y comenzaron a disputar y argumentar sobre la existencia o inexistencia de los dioses. Después de horas y más horas de discusión, se separaron.

Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar para implorar perdón a los dioses por sus errores pasados.

Y a la misma hora, el otro sabio, el defensor de los dioses, quemó sus libros sagrados porque había abrazado el ateísmo.

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